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Dr. Román Alberca

 

 

 

 

                  Así es Arturo Peyrot, por lo pronto un gran pintor, y, a renglón seguido, pintor moderno: porque conjuga graciosamente la realidad y la fantasía; porque rehace el mundo desde su intimidad, y -magnífico dibujante- no le importa sacrificar el dibujo si la deformación anima la belleza del cuadro; por su afán investigador que le lleva de la pintura de caballete, al mural, al vitral y la cerámica; porque trae al espíritu del espectador la paz, la tranquilidad, el sosiego que apetecieron tantos pintores.

 

               Y por cierto no sólo a expensas de su temática singularmente rica -sus juegos de niños, sus barcos, sus pajareras; su colección del mar presentada por Marañón, o la del Circo por Marqueríe- sino por su armonía de anticolores y colores austeros, -blanco, negro, gris; su verde azulado, su gama del amarillo al marfil- que llenan el alma de sosegado gozo. Que un cuadro no tiene que ser a la fuerza una perpetua tragedia griega o una estremecedora pasión romántica.

 

 

Texto de 1970

 

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