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Venancio Sánchez Marin

 

 

La Pintura de Peyrot 

 

 

 

                Encontramos en la pintura de Peyrot un elemento resistente a las adscripciones consabidas. Y ello es debido a que, más que complicada con cualquier tendencia, su pintura se encuentra responsabilizada con su propia presencia. En efecto, cualquier intento  de aproximación que se verifique en torno a su arte tropezará con esa resistencia ofrecida por el artista insólito a ser asimilado tangencialmente.  No, no es yendo por la tangente -es decir, no es situando su pintura en relacion o al lado, en comparación o enfrente a la de otros, ni persiguíendole genealogía o filiación en el contexto de la pintura de los demás-  como nos hace sus revelaciones más peculiares.

 

                Sin embargo, esta afirmación convendría puntualizarla, aclararla un poco. Peyrot no está fuera de este contexto -contexto que, en definitiva, no es otra cosa que todo el arte actual-, sino plenamente integrado en él. Lo que pasa es que no se agrega -como un sumando- a las partidas tendenciosas de la pintura, sino que se suma -como un pintor- a la totalidad del arte de nuestro tiempo. De ahí que, pese a que su obra sea una prospección poética de la realidad, no manifieste contaminaciones deliberadas surrealistas o magicistas. Manteníendose sin sobrepasar los límites de lo real, Peyrot eleva, no obstante, el nivel de la realidad mediante una lírica y personal indagación. ¿Es la suya una forma pictórica de "realismo lírico"? Por lo menos, Peyrot, a la hora siempre comprometida de las autodefiniciones, admite que pudiera serlo.

 

            De todos modos, no es yéndonos por la tangente como verificaremos el encuentro frontal con el arte de este pintor italiano, al que su larga permanencia en España nos permite considerar ya como nuestro. El Encuentro se verifica mejor contemplando directamente y sin interferencias sus cuadros. Cuadros en los que el protagonismo de la línea no dimite su autonomía al discurrir -a veces derrámandose como si se rompiera una vena oscura- sobre el soporte de una materia que tiene algo de nácar empañado. La sugestión dinámica de esa línea -junto a una intención, y nada más que una intención, de color- describe paisajes y figuras y, sobre todo, organiza los bodegones quizás más atractivamente poéticos de nuestro panorama pictórico. En la botellería de cuello largo, la cerámica y el quinqué, pone Peyrot unas gotas de remembranza y de ironía, casi inasequibles por su sutileza. Pero es, precisamente, en el proceso de decantación, de destilación de la realidad que en ellos se ha efectuado donde advertimos la índole signular de su poética indagatoria. 

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